El plomo y la honradez se fueron al campo un
día…
Carlos Subero “Basado en la combinación de
varios hechos reales, más el debido condimento de la literatura; pura realidad
nuestra venezolana”
“¡Auxilio
Por Favor! ¡Se los ruego!” Gritó Glenaida a todo pulmón.
Yoifren, era un muchacho trabajador, que
madrugaba para asistir a la fábrica dónde laboraba, no tenía aun hijos pero
tenía la gran responsabilidad de mantener a su madre y a sus dos hermanos que
eran aún unos infantes; era el sostén de su hogar, de su trabajo dependían él y
su familia.
Con tantas responsabilidades a tan temprana
edad, el amor no le era algo asequible; había pospuesto sus sentimientos desde
que el sujeto hampón le quitó la vida a su padre por un pleito
al parecer de dinero. A él, a diferencia de sus compañeros de trabajo, le
gustaba leer el diario y dedicar un tiempo especial a leer el de deportes.
Tuvo una formación que le permitió ser el
empaquetador de una fábrica de embutidos, y como el sindicato de dicha fábrica
logró buenos beneficios para quienes laboran allí; no había pensado en irse,
además recibía cuotas de mercancía mensualmente y descuentos en el comedor de
la empresa, podía asegurar a su madre contra todo riesgo y se llevaba bien con
su jefe.
Hasta entonces se sentía cómodo, pero muy
dentro de él estaba más que inconforme, sabía que su futuro ahí no le iba a
permitir alcanzar las metas que en el liceo se propuso.
Yoifren no descansaba, además de este
trabajo, siempre tenía algo que vender o comprar en las páginas virtuales de
mercadeo; además, los fines de semana en la noche, trabajaba como ayudante de
camarógrafo y se ganaba en la cobertura de eventos sociales, un dinero que le
ayudaba a cubrir las abultadas cuentas que generaba su familia.
No tenía tiempo para pensar más allá de la
quincena, sus días los había periodizado en base al cobro de sus diferentes
actividades económicas; la primera semana del mes: era la de los tickets de
alimentación; la segunda: al término, era la de la quincena; la tercera: era en
la que tenía que vender algo o comprar y la última era la del cobro del último;
y así cierra y reabre el circulo de su monótona vida.
Recientemente su hermano menor, el más menor
de los dos, le había pedido una consola de videojuegos, de inmediato le dijo
que era imposible, pero con remordimiento empezó a hurgar en las páginas de
mercadeo para ver si había allí alguna rebaja de alguno usado pero en buen
estado, se dio cuenta que a pesar de que había varias ofertas, su sueldo ni los
tigres que acostumbraba a matar, le alcanzaban para adquirir ni los controles
de cualesquiera de los ofertados.
Eso le generó frustración, pero muy fugaz,
porque su madre siempre sabía aliviar sus preocupaciones con una arepa y un
café para él inigualables. Por suerte no tenía vicios a pesar de que vivía en
un barrio dónde los vicios eran la divisa. Sólo le obsesionaban los deportes,
pero ni siquiera se atrevía a apostar con sus más cercanos amigos. Respetaba y
cuidaba mucho su dinero.
Su educación, era como la de cualquier joven
de la educación pública, deficiente; por las faltas recurrentes de su profesor
de física nunca pudo revisar a Newton, y las factorizaciones en Matemática las
revisó con una superficialidad admirable, nunca le motivaron las materias
humanísticas, la historia o la geografía eran sinónimo para él, de copias
interminables y transcripciones tediosas.
Por eso, no se animó a continuar los estudios
al nivel superior, sabía de su importancia pero no estuvo motivado, además la
premura de sus necesidades no se lo permitió.
No le gustaba tomar, pero los viernes no
rehuía a las insistentes invitaciones de sus amigos en el barrio o en el
trabajo, para beber unas cuantas cervezas, todos apostados cerca de la
licorería y sentados en motos Horses o Gn en su mayoría.
No se excedía ni con el numero de cervezas ni
con la hora de llegada a su casa, las bandas delictivas, viejas y nuevas de su
barrio, le conocían y de algún modo le respetaban; sin embargo siempre tomaba
sus precauciones; su padre y varios amigos caídos le recordaban lo cruenta que
era la realidad que le circundaba, y más que en él, pensaba era en su familia.
La lonchera del almuerzo, unos jeans
clásicos, una chemise pulcra, el carnet de su trabajo y el cabello engominado
le distinguían como un hombre de bien dentro su comunidad, tenía amistades en
la panadería, en la charcutería, en la bodega, en la licorería, en la barbería
y en la parada; la consecuencia de sus horarios y presencia, le habían abierto
crédito tanto en la panadería como en la bodega, los cuales aprovechaba en
situaciones de aprietos o imprevistos, y a los cuales nunca faltaba.
Sus antiguos amigos, que se prestaban ahora
al delito, le reprochaban su actitud honrada y para ellos “cobarde”; sin
presionarlo, siempre lo tentaban con los grandes celulares, relojes y hasta
vehículos que ellos ostentaban; pero él por su familia y por miedo quizás,
siempre los ignoraba, con una sonrisa y las mismas bromas de niños los alejaba.
Pensaba siempre en su hermano Henry y Kevin, quería ser un ejemplo para ellos.
Estuvo tentado a comprarse con su dinero una
moto, pero nunca llegaba a comprarla, siempre que tenía inclusive el dinero,
buscaba otra urgencia para gastarlo allí y varias negociaciones, había ya desestimado.
En el fondo sentía que la percepción de sus
vecinos y amigos cambiaría al verlo montado sobre dos ruedas, ese, en el barrio,
era el vehículo que simbolizaba la delincuencia, el pillaje o la vagancia,
entonces prefirió quedarse a pie, siempre con sencillo a la mano para su
pasaje.
Por supuesto que tanta honradez, rectitud y
hábitos bien fundados, en un mar de vicios y excesos, le hacían sentirse
diferente a los demás y aunque no lo demostraba, él se sentía superior.
A él no le importaba tanto comprarse un
vehículo, los que más le preocupaba era sacar a su familia de allí, sin mayores
ambiciones llevarla a una zona más acomodada; porque temía que sus hermanos no
tuvieran la fortaleza de la que él disponía, y sobretodo advertía en Kevin
desde muy temprana edad, una propensión a la viveza y la imposición, que le sugerían
cosas no muy buenas para el futuro de su hermano.
Su meta más grande para el momento era
obtener el puesto de director de la sección de empaquetado del producto, ahí ya
no usaba chemise sino una camisa de botones que le distinguiría de los demás
empleados, además había observado ya los beneficios del cargo: llevaba más
embutidos para su casa, cobraba más tickets de alimentación y tenía acceso a la
oficina del jefe con regularidad; la diferencia salarial no era mucha pero esos
beneficios o distinciones le llamaban la atención.
Para ello se dispuso a no participar en las
sesiones de chisme y detracción de los empaquetadores, dónde hablaban de sus
superiores y afines, además se comprometió con la puntualidad de una manera
casi religiosa, no bebía tanto líquido para no ir tanto al baño y en el comedor
era el que menos ruido o alboroto hacía.
Al final llegó el día, en el que por un
accidente laboral lamentable su superior no pudo seguir trabajando, y entonces,
la directiva lo consideró como el idóneo para ese cargo.
Después del nombramiento oficial retiró por
dirección su nueva camisa, con su nombre y apellido y ajustada a su talla. Ese
día no agarró la buseta sino que pagó un moto-taxi para llegar un tanto más
rápido a su casa y enseñarle a su familia el merecido logro.
Esa noche, su mamá con una sonrisa no hizo
las arepas asadas, sino que las hizo fritas y salió a la carrera a comprar
cebollín. Las arepas hechas de esta manera sugerían una celebración y ella les
comentaba a los pequeños, con orgullo, los logros de su hermano mayor.
Al día siguiente, Yoifren parecía caminar con
cierta complacencia, saludaba a todos con extraña felicidad y su frente estaba
más en alto que de costumbre; en la parada le cedió el espacio a varias gentes
y con camisa nueva y carnet nuevo trataba de destacar sobre los demás
pasajeros, además no llevó lonchera, porque celebraría en el comedor comprando
todo el desayuno y el almuerzo, para demostrar a sus empleados que ahora sí
podía hacerlo.
Ese día le fue muy bien en el trabajo, sentía
que había nacido para jefear, como
había observado con detenimiento al que era su superior, se desenvolvió con
increíble soltura, a la hora de salida su jefe le llamó y angustiado acudió a
su oficina; éste le comunicó que por su nueva condición y por la cercanía a la
festividades decembrinas recibiría un bono especial, llamado hallaquero, y que le sería depositado en
los próximos días.
Ya eso completaba su estado de
autorrealización, para no demostrar necesidad, no preguntó el monto, sino que
se dispuso a revisar la página web de su banco a partir de la noticia, al
siguiente día no veía cambio alguno de la cifra habitual, al próximo tampoco, y
al final al tercer día vio lo que para él significaba un notable incremento,
muy sustancial, entonces planificó su dinero para comprar algo de ropa y unos
regalos modestos para su familia, además de alguna comida especial para los
días estelares.
Pero de inmediato, vio que el excedente,
correspondía con la cifra de la consola para su hermano, y como sabía que
faltaban los bonos regulares, dispuso de éste especial, para darle la sorpresa
a Kevin, de inmediato fue con el mayor orgullo a comprarle después del trabajo,
al centro comercial, el regalo tan deseado, y de paquete lo adquirió.
Tomó las debidas precauciones, tan costosa
adquisición no podía exhibirse en la buseta ni al llegar a su barrio, entonces
compró una bolsa negra para llevarlo allí y llevó un tanto más de dinero para
tomar un taxi que lo dejara más próximo a su casa y con mayor seguridad.
-
¡Ése loco! ¿Qué llevas ahí?
Le gritó una de sus amistades delincuentes.
-
Un regalo pal chamito, ¡después te cuento convive!
Le respondió
-
¡Váyalo!
Asintió el malandro.
Así siguió su camino, muy feliz; otra noticia
buena, consecutiva, que llevaría a su casa. En su hogar no habían creado la
fabula de la navidad, es decir, no existía, desde que él era pequeño, el cuento
de San Nicolás o el Niño Jesús, entonces eso no le impidió entregarle en la
bolsa negra y de inmediato, el regalo a su hermano.
Como niño con juguete nuevo, apresurado,
abrió su consola; pero había una condición, que debía compartirla con su
hermano Henry siempre, y que debía dejar tiempo para sus tareas y obligaciones;
Kevin, emocionado por su deseado aparato, aceptó todas y hubiese aceptado más
de haberle impuesto otras.
Ese día la señora Glenaida, ya no sabía con
qué artificio culinario amenizar la nueva alegría familiar, entonces se le
ocurrió empanadas de sardinas, desmenuzó bien los diminutos pescados y se lució
con la envoltura de masa fina y crocante; parecía que Glenaida había estudiado
a fondo la experiencia de los perros que respondían a los estímulos en la
segunda guerra mundial, porque a cada buena acción de su hijo, daba ella un
estimulo, muy estimulante (valga la redundancia) todos en casa sabían ya, que
cada buena noticia que trajera el mayor, reportaría una buena comida o al menos
diferente.
Todo este ambiente, no hacía sino inspirar a
Yoifren, así pasaron semanas de buen desenvolvimiento en su trabajo, de
puntualidad, de auto exigencia, de ahorro y progreso; ya en la charcutería no
se conformaba con el queso blanco duro, sino que llevaba medio kilo de uno
blando que otrora le era imposible, y llevaba ahora mantequilla de verdad, no
el invento sintético sustitutivo.
El amor representado en una muchacha, aun no
llamaba a su puerta y ello no le preocupaba; sin embargo, el amor y preocupación
por sus hermanos si aumentó y empezó a acercarse más a ellos y protegerlos de
algún modo, Henry el del medio, mostraba ya dotes de pelotero y de inmediato Yoifren
sabía lo que eso significaba.
Se puso en contacto con unos amigos diestros
y versados, y en la bajada de su casa, le hicieron unas pruebas, el infante
lanzaba la pelota con tino y potencia, sus panas vieron en Henry un prospecto
de pitcher.
Empezó Yoifren cual si fuera su hijo, a
hablarle acerca de la capacidad que tenía, aconsejándole y preguntándole si
deseaba ingresar a una escuela de beisbol, como sabía él tanto de deporte, le
informó acerca del juego, lo puso a ver los juegos, y lo que antes le era
indiferente al pequeño Henry, le generó interés con los días.
El niño asintió y pidió ingresar a un equipo,
Yoifren fue a los criollitos, le hicieron las respectivas pruebas y de
inmediato quedó fichado, de los bonos regulares le compró el guante, el
uniforme, los botines y guantines. Así se sintió con los dos hermanos, a salvo.
Los había librado en igualdad de condiciones.
Ya no era el trabajo, sus ventas, los fines
de semana de ayudante, sino ahora se sumaba la tutoría sobre Kevin y sus tareas
y sobre Henry y las prácticas del beisbol.
Con el tiempo, pasado un año, Henry se
destacaba en el montículo, los amigos de Yoifren no se habían equivocado, para
eso parecía haber nacido.
En el departamento de empaquetado, ya todo el
mundo estaba al tanto del brazo del pequeño Henry, y con regularidad le
preguntaban acerca de su desempeño. Él orgulloso, ponía al día a sus compañeros
siempre, seguía con una tabla y números el desempeño de su pequeño hermano, no
veía sino progreso y avances que le sugerían un futuro promisorio.
Entre tantas dificultades, el ambiente
familiar era armónico y cargado de un futuro mejor.
Así transcurrieron más días y hasta meses,
entre los cuales Yoifren sufrió un atraco colectivo en una de las busetas y en el
cual no perdió sino su sencillo celular, un efectivo y la paz que venía
cultivando, aunque esta última pérdida de manera momentánea.
Días tras día, él depositaba más fe, recursos
y empeño en su pequeño hermano, sin descuidar al otro, Henry era ahora el
baluarte de la familia; además el carisma y el respeto de él, hacía que su
madre y sus hermanos lo quisieran sobremanera.
Al fin llegó el tan esperado día, la prueba
de Henry, ahí le informaron a Yoifren que estarían presente unos scouts
importantes con contactos en estados unidos, en ligas menores de Kansas City y
los Dodgers, entonces ese día acudieron todos al estadio para animar a Henry en
sus pruebas, Glenaida, Yoifren y Kevin hicieron una pancarta que se les arrugó
en la buseta de camino, pero que igual agitaron con ánimo para ese día tan
especial.
Las pruebas no eran individualizadas, sino un
partido regular, pero visto por invitados muy especiales; no se sabe que pasó
ese día, si fue la expectativa generada, si fue el agotamiento de los últimos
juegos o si simplemente no era su día; el brazo le falló en todos los
lanzamientos, como abridor acumuló muchas boletos, por el cual se generaron
varias bases llenas y al fin un jonrón que coronó su frustración.
El Coach sabía de la importancia del día y
quiso darle más oportunidad a Henry y lo dejó, el niño con la mirada, pedía
cambio, la familia seguía animándolo, pero él no rendía en condiciones; cada vez
hundía más a su equipo.
No faltaron las expresiones ingratas de
varios representantes, que sabían de la importancia del día para sus propios
hijos y reprochaban con miradas a Glenaida y Yoifren el mal desempeño de Henry
que afectaba a todo el equipo; en eso, se destacó los insultos e improperios de
un maledicente militar, que siempre iba uniformado a los partidos de su hijo.
Éste era conocido por sus generosas
colaboraciones al equipo, además amenizaba siempre el estacionamiento al final
de cada juego con whisky y música a todo volumen de su Toyota del año; su hijo
era cerrador, pitcher igual que Henry.
Como si se tratase de un adulto en el
montículo, con saña este militar el coronel Cayaspo, insultó al infante, lo
maldijo e incluso llegó a amenazarlo; Yoifren de pronto escuchó todo aquello,
vio la cara de su hermano en el montículo decepcionado y abrumado por los
insultos.
Su orgullo, su hermano pequeño, en el que
últimamente había invertido tanto amor y fe, fue ofendido y con él la dignidad
familiar.
Glenaida actuó rápido y le sugirió a Yoifren
que hiciera caso omiso a las ofensas, pero éste de la deshonra no escuchó y se
le fue encima al eufórico coronel, en las gradas y por primera vez alguien
enfrentó a éste déspota corrupto que intimidaba a todos e insultaba inclusive
sin temor de autoridad divina o terrenal a los niños.
El coronel por su baja estatura no pudo hacer
frente físicamente al enfurecido Yoifren que hasta el momento se mantenía
atlético y por ello llevó unos cuantos golpes asestados con ganas.
Todos se avocaron al incidente, el juego se
paralizó y todos veían con pesar la situación del director del departamento de
empaquetado de embutidos Viona.
De inmediato el coronel profirió más insultos
y más amenazas, que cumplió de inmediato: acudió a su vehículo y mientras
Yoifren intentó junto a su familia escapar, éste volvió rápidamente y le
propinó dos tiros de calibre 45” en la pierna y dorso de Yoifren, la tragedia
se consumó en el estacionamiento, cercanos a la salida.
Glenaida, llena de desespero, no sabía si
agredir al coronel o asistir a su hijo, gritaba ¡Auxilio Por Favor! ¡Se los ruego!, Henry indignado con su uniforme
de pelota, se fue hacia uno de los escoltas del cobarde militar y se guindó en
su espalda, tratando de agredirlo, y éste con encono le propinó buenos golpes
al infante; Kevin a su corta edad pero con ímpetu gritaba groserías al militar.
Cayaspo no se retiró del lugar y retaba a
todos a que llamaran a cualquier autoridad, quiso terminar de una vez con la
vida del agonizante Yoifren, pero la multitud se lo impidió; de inmediato hizo
presencia la policía municipal, mientras Yoifren era trasladado a un hospital
junto a su familia.
En el lugar del crimen, este militar llamó a
las fuerzas especiales de la policía científica dónde tenía buenos amigos,
éstos juntos, repelieron a la policía municipal, todos atestiguaban con
indignación en contra del Coronel criminal, pero la policía municipal al final
se retiró y tomaron posesión del lugar los referidos amigos del asesino.
La zona se cerró, se acordonó y no hubo más
autoridad que revisase el hecho que la de las fuerzas especiales comandadas por
el criminal Coronel Cayaspo.
Todo
ocurrió en cuestiones de minutos, la familia indefensa de Yoifren no pensaba ya
en el crimen perpetrado sino en salvar la vida del todo de su casa, querían que
sobreviviese.
Una vez en el hospital, no fue aceptado, con
impotencia las enfermeras y médicos le indicaron que no había en ese momento,
ni luz ni insumos con los cuales atenderlo, fueron al próximo y atiborrados de
camas llenas y sucias en los pasillos, se les hizo imposible atender a tan
urgido y herido moribundo.
Al final, en un hospital coronado por todas
las precariedades existentes, lo aceptaron, allí le practicaron los primeros
auxilios; su corazón al parecer había dejado de latir, y en cuanto la osada
residente no sintió la latencia, fracturó sus costillas afincándose con fuerza
en ellas, lo abrió sin dudas con un bisturí e insertó su mano a través del
dorso para masajear ella con sus manos el corazón y reanimarlo a la vida
latente.
La táctica funcionó, corriendo todos los riesgos
de salubridad por la falta de guantes quirúrgicos y salas de intervención debidamente
saneadas, se procedió a practicar la intervención para parar el sangrado de la
pierna y ubicar la bala del dorso para que no viajase a ningún órgano vital.
Glenaida mientras, pensaba en los últimos
días de felicidad, Henry pensaba en la primera prueba de la bajada frente a su
casa con Yoifren animándolo, Kevin recordaba el día que su hermano le había
obsequiado la consola, todos le enviaban a Yoifren la mejor de las energías, sí
por deseos y amor sinceros se hubiese salvado este muchacho, aun estuviera
entre nosotros.
De entre tanto esmero, sonó el fatídico pito
que dio al traste con el futuro de esta familia, Yoifren había muerto y con él
la esperanza de todos.
Murió Glenaida o una buena parte de ella,
murió el futuro de Kevin, y el de Henry, y murió la honradez y la dignidad.
Venció el plomo, venció la bota, venció el desprecio por la vida, venció el
poder, venció la cobardía.
Tanto trabajo, tantas noches de desvelo,
tanto ahorro, tanto calculo, tantas esperanzas, no iban a soportar la
humillación del Coronel Cayaspo; la reacción de Yoifren fue visceral, fue
sentida, repentina y riesgosa sí pero inevitable; estaban ofendiendo su pasado,
su presente y su futuro, el poder le irritó, y este empaquetador se envalentonó
para defender lo que más quería.
Glenaida pasó por la rutina de rigor de las
madres del barrio que pierden a sus hijos, consiguió a duras penas los recursos
para el sepelio, lloró en la iglesia, con los días le puso las respectivas
velas, aprovechó en esos días de duelo los ahorros de su hijo para sostener a
los otros dos y no supo nada de la escena del crimen y sus perpetradores.
Volvió a vender las ricas tortas que hacía de
joven para sostener a su familia al igual que Yoifren, con dificultades para
conseguir la harina y los huevos, hacia muy pocas y vendía muchas menos que
aquellos tiempos que recuerda de su juventud, el teléfono de su casa lo puso en
una mesa a las afueras para alquilarlo por llamadas, y de unas cajas de
cigarros los repartía al detal para sacar mayores ganancias.
Así entre la melancolía y el rencor, descuidó
su apariencia, la casa y a sus hijos; la pérdida de su esposo y de su hijo mayor
hicieron mella en su fe y ya ni asistía a la iglesia.
Henry y Kevin al final sucumbieron al temor
de su hermano mayor, éstos no aguardaron la fortaleza del primero y rápido se
dejaron convencer por la vida fácil, con los años, comenzaron ambos a comprar y
vender teléfonos robados, después los robaban ellos, y después formaron su
banda la cual llamaron “los yoifren” y azotaban su barrio y las inmediaciones.
En cuanto al coronel, fue ascendido con el
tiempo, había engrosado su capital, ya más que a las armas y la protección del
país, se dedicaba a las actividades empresariales; registró firmas con las
cuales cocinó buenos negocios con alcaldías y concejalías, adquirió más
propiedades dentro y fuera del país; su hijo aunque no se dedicó al beisbol, se
destacó en los negocios de su padre.
El Coronel Cayaspo, pudo resolver aquel
incidente, pasó la página y ya no recuerda ni los nombres de aquella familia
que marcó para siempre; en sus toyotas siempre va y viene, y aquel episodio
parece haber desaparecido de su memoria; otros igual o más cruentos lo han soslayado.
Glenaida nunca buscó justicia, primero ni
sabía a dónde ni con quién y segundo de tantos cuentos no se animó porque sabía
que al final nunca la encontraría; los hermanos en cambio si buscaron justicia,
ajusticiando con el derecho que el crimen de su hermano mayor les otorgó, a
quienes ellos consideraban que merecían ser víctimas de su odio y venganza.
Henry murió en un enfrentamiento con otra
banda que pudo más que él, y Kevin tuvo la suerte de ser detenido y transferido
a una cárcel modelo dónde ahora sirve a las órdenes de un Pran, ahí disfruta de
innumerables privilegios y al parecer con los tatuajes de sus hermanos en los
brazos y el dorso, no desea irse jamás de allí; mujeres, drogas, dinero,
fiestas y demás comodidades le hacen querer su nuevo hogar.
Mientras tanto, por ahí, el plomo sigue
ganando la batalla, sigue matando a la honradez, dónde la vea; no quiere darle
tregua y como ahora goza de privilegios y respaldo, se impone dónde sea y cómo
sea; sin restricciones.
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